lunes, 21 de enero de 2013

EL HOMBRE QUE MATÓ AL ÚLTIMO LOBO (por Eduardo De Prado Álvarez)



“Se va a celebrar el 30 aniversario del fallecimiento del gran naturalista, castellano de Burgos y español universal, Félix Rodríguez de la Fuente (qepd), (14-03-1928 – 14-03-1980 mil novecientos ochenta) con todos los honores.
Con tal motivo, se han suministrado datos en los que se ve y aprecia la recuperación de la fauna ibérica, no sólo de los osos y las grandes rapaces sino, por lo que ahora me interesa, del lobo. En 30 años España ha pasado de unos 400 ejemplares de Canis lupus al borde de la extinción, a los 2500 que se supone hay ahora.

¡lobo iberico
Genial!
Digo genial porque por un momento, hace años, llegué a pensar que se habían extinguido. Y me explico.
Esto, en efecto, me ha recordado un suceso que en ocasiones he narrado de viva voz y otras veces en breve escrito y que he acabado por titular: “El hombre que mató al ultimo lobo”, pues por un tiempo así lo creí.
Resumiré mucho aquí el relato de lo ocurrido.
Sería allá por 1974 (aunque no descarto que fuera 1975 incluso 76, aunque me inclino por 1974) en los largos días de junio o julio y yo estaba entonces en Villalmonte con mis padres Valerio y Victorina (qepd ambos). No había más en casa, sólo los tres, y a mis padres les tocaba guardar el ganado. Doce días seguidos por las 130 ó 140 cabezas de ganado que tenían, a razón de un día por cada doce o fracción superior a seis. Había que ir dos personas (pastor y vecero) pero a veces el vecero se retrasaba, pues el rebaño del pueblo no era muy grande y por la mañana una persona se las arreglaba bien, sobre todo si el careo era corto. Ese era el caso del día, dado que iban para Retruyo, y a sestear en el alto, entre este paraje y Vallencid.
Mi padre partió con el rebaño pero yo me retrasé, hice algunos recados y trabajillos y marché para allá.
Cuando llegué, el rebaño sesteaba ya en el alto, dando vista a Vallencid. Al llegar, lo primero que me dijo mi padre Valerio fue : “me han comido una oveja lo lobos”.
-¿Sí?
-Sí.
Tan seguro le noté que le inquirí: “y tú cómo lo sabes”.
Me contestó: “sí, porque al llegar a los prados de encima del camino del Horno, unas pocas, una punta de ellas, se me adelantaron y asomaron la cabeza, antes de que yo llegase, a dar vista a las tierras que hay encima de los prados de los Veneros, encima del camino, y allí las estaba esperando”. Y aseguraba: “me cogieron una, lo sé”.
Tomé al perro mastín, un palomo no muy grande, creo que no mastín leonés de pura raza, sino uno de esos mestizos que tanto abundaban por los pueblos, castrado y por ello bastante gordito el pobre, aunque no menos valiente, que lo era, y me lo lleve hasta el sitio. Antes de yo llegar ya había levantado a uno o a dos lobos, que estaban comiendo los zalegos (restos) de un oveja en lo más profundo del piornal que surgió en aquellas tierras, sin cultivar desde tiempo hacía.
Mientras el perro, junto con el nuestro pequeño, los pasaba para allá de la morra del pinar de Morgovejo hacia el otro lado, yo me adentré en el piornal hasta encontrar la oveja a medio comer.
Resumiendo. Se lo conté a mi padre, la cogí, la cargué al hombro y la llevé para el pueblo.
¡Uff! Se lo pueden imaginar…
Como las señales eran parecidas, por un tiempo creímos que era de las de mis padres, pero vino a resultar que era una oveja grande y gorda de Tomás y Enedina (qepd). Los pobres, hay que reconoce que lo aceptaron con paciencia y sin queja alguna hacia el pastor. Lo que les honra.
Preparamos un rececho o “acecho” como por aquí se decía. Mi tío Fausto (qepd), Andrés R. Á. y yo mismo con dos escopetas. Le pedí a mi tío, buen cazador, y me dejó llevar a mí la carabina, una no muy buena y de un solo tiro, y Andrés llevaba la suya, buena y de dos caños.
A la parte de arriba del camino dispusimos dos puestos de Espera. En uno Andrés y en el otro mi tío Fausto y yo.
Cuando empezaba a oscurecer…, pimm un sólo disparo.
Yo no habían visto nada y Fausto tampoco pero Andrés lo vió llegar, por un senderín, de este a oeste, viniendo de la Valleja de los Helechos (Porciles) y le soltó uno. El terreno, los helechos y piornos no le permitieron el segundo disparo.
En animal, herido, se nos metió en el piornal y brezal así que pensamos que nada podíamos hacer. Pero la solución vino en dos minutos. Yo había escuchado dos ladridos en la Era de la Vaca, unos segundo después del tiro de Andrés.
Seguramente azuzado por mi padre que regresaba con el rebaño para casa, el Mastín “comprendió” (¿?) lo que pasaba, y de dos zancadas su puso en la curva del camino de los Veneros con nosotros. Le animamos y entró en el espeso piornal hasta encararse con el animal herido de las patas traseras. Allí lo fijó sin atreverse a entrarle. Andrés reptó y desde muy cerca, de un solo disparo acabo con él. Con ella porque era una loba, luego vimos que parida.
Lo que pasó luego, lo que le hicimos hacer al perro mastín con el lobo, lo he contado muchas veces y lo dejo para otra ocasión. Trajimos al lobo para el pueblo: una loba muy grande, ya dije que parida, y no muy flaca.
Yo no quería pero mi padre creo que salió por lo pueblos.
Se hizo lo que se hace en estos casos: llenarlo de paja e ir por los pueblos. Creo que mi padre lo hizo más por el ‘orgullo’ y ‘amor propio’ que por otra cosa.
A mí me daba como a modo de ‘vergüenza’ o timidez y no le secundé. Él se fue con el lobo lleno de paja y en el burro por los pueblos de la Zona. Daban algo en cada casa. Era y es la tradición.
A lo que iba. Desaparecieron los lobos de la región y por mucho tiempo. O eso creímos. Por lo menos dejaron de cazar.
Las dudas se me empezaron a apoderar. Cierto remordimiento. “Una loba parida, las crías morirían de hambre; y el macho, vaya ustedes a saber”…. Le daba vueltas al asunto…
-“¿Habremos matado al último lobo?”
No quería cargar con esa culpa.
Sentía remordimientos. Investigué. Supe que no, que aún quedaban unos pocos en España, pero al borde de la extinción.
Siento mucho, por algunos, lo que voy a decir pero desde entonces me he convertido en defensor del lobo en España. Por eso, cuando, cada año siguiendo su evolución estadística, me voy enterando y ahora ya de que en estos 35 ó 40 años, han pasados de unos 400 a los 2.500 lobos que hay en España, me he llevado una gran alegría.
De hecho, de forma metafórica, y en cierto modo velada, en una tribuna mía en Diario de León en febrero de 1987 ya venía a exponer como a modo de un arrepentimiento.
Defiendo al lobo y la naturaleza.
Si causa daños a rebaños y ganaderos es justo que la Administración y el gobierno les compensen, pero creo que hacemos muy bien en preservar su hábitat, en lo posible, facilitar su movilidad y los pasos por encima de autopistas y líneas de tren y AVE (lo que quiere decir que habrá que soterrar amplios trozos) y prohibir trampas y venenos.
No hace ni medio año, bromeaba con nuestro paisano Andrés acerca de “el hombre que mató al último lobo” y aunque respeto su posición contraria a la mía, insisto que soy partidario de conservarlo y protegerlo. Por suerte, ni él es el hombre que mató al último, ni yo el colaborador necesario para tan descomunal atrocidad, que gracias a Dios nunca se produjo. Eran otros tiempos; eran los tiempos, eran las necesidades, se hizo lo que había que hacer entonces… pero… de vez en cuando aún lo recuerdo y no puede evitar un: “pobre loba”: bueno y que Dios nos perdone y san Francisco de Asís y Félix nos exculpen desde el cielo.
(Resumen de la narración del suceso)”
EDUARDO DE PRADO ÁLVAREZ,  de Villalmonrte (León).







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