domingo, 29 de junio de 2014

Lo justo, los mundos de Yuppi y el mundo real

 
¡Ay mísero de mí, ay, infelice!
Apurar, cielos, pretendo,
ya que me tratáis así
qué delito cometí
contra vosotros naciendo;
aunque si nací, ya entiendo
qué delito he cometido:
bastante causa ha tenido
vuestra justicia y rigor, pues el delito mayor
del hombre es haber nacido. (…)

Nace el ave, y con las galas
que le dan belleza suma,
apenas es flor de pluma        
o ramillete con alas,
cuando las etéreas salas
corta con velocidad,
negándose a la piedad
del nido que deja en calma;   
¿y teniendo yo más alma,
tengo menos libertad? (…)
Monólogo de Segismundo. “La Vida es Sueño” (Pedro Calderón de la Barca)
 
 
 
 
Si hay una frase que he tenido que escuchar más de una vez como teleoperador temporal al servicio de un organismo público español es “no es justo”(en diversas variantes y formatos)

Si alguno aún no se ha caído del guindo, debería percatarse de esta verdad, inmutable y perenne “saecula saeculorum”: el que algo sea legal no significa que sea justo, es más, que las leyes no son justas es algo que debería ser obvio, sobre todo, a todos esos anarquistas de vía estrecha que se abstienen en las elecciones dejando en manos de las oligarquías algo tan decisivo como la política.

Cierto es que las injusticias nos rodean: no es justo que se desahucie a ancianos cuyo delito ha sido querer a sus hijos hasta el punto de cometer la estupidez de avalar con sus viviendas la hipoteca de estos. No es justo que un banco se quede con tu casa cuando te quedan unos pocos años para terminar de pagarla, después de haberles entregado el equivalente a varias mansiones al contado, para que luego encima el fisco te haga tributar una ganancia patrimonial. La ley es la ley. Dura Lex.

Mi santa no entiende la aversión que tengo a todos esos programas televisivos que nos muestran lo bien que vive la gente: chamberileros por el mundo sin fronteras,. ¿quién vive en ese casoplón? reformas con pasta, etc., etc.
Pues bien, se debe a que, como buen español, también me corroe la envidia. Aunque no envidio a todos esos que con aire bobalicón presumen de su manera de vivir. No, no les envidio. Ni quiero ser como ellos. Pero me repatea, me cabrea, me indigna, que tanto gañán iletrado, que tanto nuevo rico, que tanto analfabeto funcional tengan resueltas sus necesidades básicas gracias a haber nacido en una familia o ambiente determinados o que esta sociedad podrida admire y considere “mejores” a unas personas por el hecho de haber sabido elegir el caballo ganador: una carrera, una profesión, un camino. Respetables todos. Sin duda, muchos de ellos/as han tenido que luchar duro, estudiar mucho y buscarse la vida. Sin duda. Igual que mi padre, que en paz descanse, tuvo que trabajar muy duro de sol a sol, y nunca salió de pobre. Y, por qué no voy a decirlo, igual que yo, y otros muchos, miles en España. Estudiamos duro, nos sacrificamos, trabajamos como el que más. Muchos incluso entregamos un año entero forzosamente a nuestro país sirviendo en el ejército, para nada.


Para nada todo. En España el éxito o el fracaso personal en muchas (por no decir la mayoría) de las ocasiones depende no de la excelencia de la persona, o de su esfuerzo, o de su capacidad. O no al menos no para todos y para todo. Hazte periodista de moda, futbolista, o especulador, o trepa en cualquier campo del saber y el querer. Ten contactos, padrinos poderosos o vete a nacer en una familia burguesa. Esos son algunos de los caminos para asegurarte un techo, un trabajo, un futuro.
 
Parafraseando a Eskorbuto, ¿para qué nos sirven carreras e idiomas? ¿para qué nos sirven lustros de experiencia profesional? ¿para qué ser responsable, empático, tener don de gentes o tocar la flauta dulce? En dos palabras: PARA NADA.
 
Eso sí, no faltarán los creyentes fanáticos en este sistema que repetirán las consignas de los burgueses culpándonos a los de abajo de nuestra suerte, llamándonos vagos, maleantes, inútiles y lo que les plazca. Que desde que cayó el telón de acero ya ni disimulan. Nos insultan y explotan impunemente, saben que el Mundo es suyo y que pueden destruir los derechos logrados en el s. XX por la clase trabajadora. Derechos básicos como el acceso al agua ya no sólo no se cumplen en el tercer mundo, sino que en los mismísimos EEUU este derecho básico peligra para las masas empobrecidas y desempleadas de antaño próspera ciudad del motor. 
http://www.rtve.es/alacarta/videos/telediario/miles-ciudadanos-detroit-pueden-quedarse-sin-suministro-agua/2637558/
 
Luego están todos esos bienintencionados que viven en sus mundos de luz y color, ajenos a los sufrimientos de sus hermanos. Sus vecinos están en el paro, o sus primos han perdido su casa, pero no va con ellos. Eso sí, pagan un donativo a su iglesia o a una ONG y están vivamente concienciados con los problemas de países lejanos.
 
La injusticia nos rodea. Y aún hemos de dar gracias de haber nacido en un país desarrollado. Aunque miles de niños empiecen a saber lo que es el hambre o la incultura, fantasmas que parecían exorcizados hace décadas.
 
Y ante la injusticia cada vez más generalizada, el pueblo español ¿qué hace? Pues qué va a hacer: ver el fútbol y llorar por la eliminación de unos millonarios del Mundial. Y ojo, no digas nada, que se te echan encima.

Otra cosita: como dijo el otro, soy responsable de mis palabras, pero no de lo que los demás interpreten. En ningún momento leerás que cargue contra el deporte en sí o las personas que noblemente lo practican, o los que realmente entienden de esas cosas. 

Me fastidia, me repatea, me molestan las masas desatadas, sea bajo las banderas del fútbol, el rocanrol o la papiroflexia. Me ofende que se me catalogue de antipatriota por no compartir una histeria colectiva o que me repugne que mis vecinos se congreguen en aquelarres en el bar de la esquina bajo una bandera que juré defender antes de que muchos de ellos naciesen. Me indigna profundamente que lloren como nenazas por sus millonarios analfabetos mientras se la trae floja que desahucien a su vecino o que su amigo, hermano o primo esté pasando por el purgatorio del paro y la pobreza. 

Yo soy ese vecino, ese amigo, ese hermano, ese primo y mientras tenga ordenador y conexión a internet, mientras no me censuren o encarcelen, seguiré expresando lo que siento.
























Contribuyentes