Recuerdo cuando de niño visitaba a mis tíos del barrio de san Blas. Antes de los años duros, de drogas y delincuencia, aquel era un barrio como tantos otros del extrarradio de Madrid. O al menos de lo que para un niño de Argüelles era el extrarradio de Madrid. Un barrio de trabajadores, con casas modestas y mucho, mucho descampado.
En los 80 todo cambió. Alguien trajo la droga que destruyó a toda una generación.Pero la década del cambio también trajo cosas buenas y auténticas a los barrios. El Heavy Metal, por ejemplo.
A mi, que era un adolescente del centro con inquietudes culturales me repelían los jevis suburbiales, epítome del macarra violento, enemigo a batir. Pero me gustaba buena parte de su música. Led Zepelin, Barón Rojo o Deep Purple, también formaron parte de mi propia biografía musical. Esos Lps prestados por Viñuela y escuchados con devota fascinación en el giradiscos Dual Bettor.
Los barrios y la atracción del abismo. Quién le iba a decir a ese chaval de Andrés Mellado que acabaría viviendo en uno de esos barrios.
Entre los 80 y los 90, la sala Argentina, jeringuillas en los descampados y Rock and Roll.
Llega el s. XXI y frecuento nuevamente el barrio por motivos laborales. Pero todo ha cambiado.
Al igual que en Vallecas, que Carabanchel y en otros barrios obreros.
Los descampados se han visto reemplazados por parques, jardines, y zonas residenciales. Y en vez de jeringuillas encuéntranse tiendas de chinos y algún que otro coche Mercedes.
Los barrios ya no son lo que eran. Bienvenidos a un futuro pacífico, mediocre y muy aburrido.
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