lunes, 28 de diciembre de 2020

Inocentes



28 de diciembre, un año más. Una fecha que desde mi infancia y juventud siempre fue muy especial. El 22, el Gordo y los cánticos de los niños de San Ildefonso marcaban el comienzo de las navidades. Nochebuena era una noche única, una noche de Amor y celebración pero también de recogimiento y según fueron pasando los años, más asociada a sentimientos de nostalgia y melancolía. Los cumpleaños de mis hermanos o la Vigilia de la Inmaculada eran hitos, Nochevieja era la noche de ilusión y gozo juvenil mientras que la Noche de Reyes era la mágica noche de ilusiones infantiles. Todas, fechas marcadas por esa mezcla agridulce de felicidad y nostalgia o de excitantes esperanzas y ganas de diversión en el caso de la Nochevieja y la Noche de Reyes “adolescente-joven”.


Pero el 28, el 28 siempre fue diversión, broma, una forma de aliviar o curar la tragedia de la vida desde el humor. Ese humor tan presente en mi familia. Mi padre, que siempre gastaba la misma broma, con esa falsa caca de perro que ponía en el portal y que siempre hacía picar a la portera. Mi padre que alguna vez también fue víctima (petardo en cigarrillo y pum) o mi cuñado Luismari, citándome para un importante recado en Ferraz esquina Marqués de Urquijo en una inhóspita tarde de viento y gélida lluvia. Aquel invierno de los 80 o los 90, ya no recuerdo bien, en el que la broma telefónica fue entre mis amigos Joaquín, Paco y yo, sin saberse al final quién mentía a quién.


Durante décadas en este sufrido país se gastaron bromas en un día como hoy. Inocentadas en las noticias, bromas entre amigos y familiares, muñequitos blancos de papel en las espaldas.


Tradiciones, costumbres, bromas que, como casi todo lo relacionado con la Navidad o con la Tradición, han ido cayendo en desuso y olvido mientras “importábamos” Jalogüines, Papanoeles y al paso que vamos hasta el día de Acción de Gracias. ¿El signo de los tiempos? ¿la globalización? En parte sí. Pero sobre la perfecta conjunción entre la endofobia y cosmopaletismo de muchos nativos y la llegada masiva de foráneos ajenos a estas tradiciones y costumbres.


Entre unos y otros nuestras Navidades cada vez se parecen menos a las que conocí en el siglo XX y buena parte del XXI. Entre unos y otros se ha cargado una fecha como la de hoy.


Y volvemos a una de las ideas de antes. El humor como medicina frente al drama de la vida. El humor que reivindicaba su primacía en un día en el que lo que el calendario litúrgico conmemora la matanza de inocentes.


Estamos terminando un año que ya en sí parece una enorme inocentada. Si hace tan solo un año un viajero del futuro nos hubiese contado que habría una pandemia mundial surgida en un mercado de China cercano a un centro de investigaciones virológicas, oh casualidad, que si un pangolín, que si un murciélago, que si pitos que si flautas, que íbamos a sufrir toques de queda, suspensión de derechos y libertades básicas en nombre de la salud y la seguridad públicas, que todo el mundo iría obligatoriamente en la calle con mascarilla… muchos hubiésemos pensado que se trataría de un guión de Hollywood o una nueva novela distópica.


Pero no. El futuro ya está aquí. El poder mundial no se oculta, pa qué, incluso en la terminología (esa “nueva normalidad” que tanto recuerda al Nuevo Orden soñado por las élites). Este año la inocentada concluye con una nueva matanza de inocentes, ancianos, jóvenes y de mediana edad. Con miles de familias segadas por la Parca o empobrecidas por el paro y la crisis. Todo ello sumado a la matanza de inocentes que no cesa, tanto en el mundo en vías de desarrollo como en este mundo supuestamente avanzado y progresista. La muerte que se empeñaron en ocultar durante los meses de mayor virulencia de la pandemia. La misma muerte consentida, apoyada y justificada contra los que no han llegado a nacer. La muerte que ahora se busca justificar y consentir para los que están en el ocaso de sus días. La muerte por diversion de otras criaturas bajo el pretexto de la tradición o la cultura. Cultura de la muerte en una Sociedad hipócrita y/o ignorante.


28 de diciembre un año más. 28 de diciembre y la broma, la inocentada es vivir.

domingo, 6 de diciembre de 2020

Invertebrados. Carabanchel Geographic 33

 

Dios creó a todas las criaturas con amor y bondad, grandes, pequeñas, con forma humana o animal todos son hijos del Padre y fue tan perfecto. De nada sirve caminar a cualquier parte para evangelizar al menos que nuestro camino sea nuestro evangelio” (san Francisco de Asís)





Mucho, mucho tiempo sin escribir en esta mi bitácora (qué bello nombre, mucho más que eso de blog, que suena a puagg, a argh, a bluff) . Las razones de estas ausencias cada vez mayores, razones técnicas fundamentalmente: una cansada computadora que tarda en arrancar, un procesador de texto que se para en un via crucis de letras negras sobre blanco. Quizá también pereza, hastío, no saber o no querer encontrar el momento para la refexión y la meditación en días acelerados, días de correr sin moverse de casa, días de aceleración hacia la nada .



Y las ideas no han faltado, que conste. Recogidas a la vieja usanza, en papel, en humildes cuadernos cuadriculados, Ideas convertidas en palabras que quizá algún día se publiquen en este u otro medido. Ideas no faltan. Son muchas las razones para escribir, muchas las razones para vivir y para convivir en estos tiempos de aislamento, confinamientos , mentiras y nuevo orden.


¿Invertebrados, por qué ? Otra vez a vueltas con los pequeños seres a los que nadie, salvo entomólogos, biólogos y naturalistas varios dan importancia . Esas pequeñas criaturas del Señor a las que nunca prestamos atención salvo cuando molestan o asquean. Ya en un par de entradas de este blog los aparentemente insignificantes insectos han dado lugar a mis reflexiones, desvaríos o lo que quiera que sean estas miasmas que escribo (1).


¿Por qué invertebrados? ¿y por qué no ? Hace poco tuve otro de esos encuentros que sólo podemos entender los que hemos pasado horas y horas de soledad en el campo en nuestra juventud . Cuando aprendimos a meditar sin saberlo, cuando supimos vivir y estar en el momento, en el allí y entonces. Esos momentos de comunión con la naturaleza, los ríos, los campos vacíos. Esos momentos de estar cerca de Dios dentro de nosotros mismos, lejos de todo, cerca y dentro de todo.


En esos días en que una abeja, unas hormigas, un arroyo, enseñaban en silencio la lección del ciclo eterno y contingente de la vida y la muerte.


Esos Momentos y vivencias son posibles en la jungla urbana también, aunque con más dificultad. Convivimos con otros seres vivos en nuestras casas, aunque no les prestemos atención: seres vivos diminutos, tan distintos.


Hace unos días tuve un encuentro de esta categoría con una de esas criaturas. Pequeño, ínfimo, íntimo; no supe reconocer si era insecto o miriápodo, tan escondido por su exoesqueleto como por la miopía del menda. El caso es que estaba ahí, tan colocado (o colocada) en la bañera. Justo cuando yo iba a ducharme. Así que agarré un trocito de papel higiénico y cual alfombra mágica del mundo invertebrado , transporté al pequeño ser hasta una zona del suelo del cuarto de baño que consideré segura para él (o para ella). En este sentido, sin abandonar la Fé cristiana, cada día estoy más cerca de esos jainitas que, como explicaba mi añorada Carmen García Ormaechea (2) , al andar llevan un velo delante de la cara con el fin de no tragar insectos. En fin, ya tranquilo y pensando en mis cosas, me duché. Y tras la ducha, la desagradable sorpresa: el agua había llegado hasta la balsa de papel, ahogando al pequeño artrópodo. Al final había tenido su propia cita en Samarra (3), su propia cita con la Parka.


Mis desvelos por salvar o prolongar la seguramente breve existencia del pequeño animal habían sido en vano.


Alguno a estas alturas pensará que todo esto es una majadería. Que la vida de un insecto o un miríapodo o un crustáceo no valen nada. Muchos incluso que se las dan de animalistas o mas bien mascotistas. Cierto que un invertebrado no piensa ni siente como un mamífero. Pero a veces me pregunto quienes nos creemos que somos para decidir qué es grande o qué merece nuestro respeto. Somos mejores por el raciocinio y/o la inteligencia , según unos. Mejores porque así lo estableció Dios en sus jerarquías, según otros. Superiores por haber concebido las Ciencias o las Artes, según otros.


No, claro. Un invertebrado no es un mamífero. No es uno de mis gatos, no es un perro o un primate con los que pueda establecer una relación de amistad o familiar más allá de las especies.

No, claro. Pero aún sigo preguntándome quiénes nos hemos creido que somos. Monos depilados y engreídos. Algún día quizá sepamos la verdad, qué sentido tiene todo esto. Pero mientras tanto seguiré luchando con todas mis fuerzas por la vida en todas sus manifestaciones: humana, humana prenatal, animal y vegetal. Como decía mi queridísimo san Francisco, “Si existen hombres que excluyen a cualquiera de las criaturas de Dios del amparo de la compasión y la misericordia, existirán hombres que tratarán a sus hermanos de la misma manera.” Amén


(1) véanse entradas anteriores de este blog: Mosquitos de otoño y Avispas de octubre ( ambas publicadas en octubre de 2016)

(2) Una de las principales expertas en Arte Indio y del Extremo Oriente. Tuve el honor y el placer de ser alumno suyo en la UCM

(3) Véase “Cita en Samarra” , entrada publicada en este blog en diciembre de 2016





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