"Había en Bagdad un mercader que
envió a su criado al mercado a comprar provisiones, y al rato el criado
regresó pálido y tembloroso y dijo: Señor, cuando estaba en la plaza del
mercado una mujer me hizo muecas entre la multitud y cuando me volví
pude ver que era la Muerte. Me miró y me hizo un gesto de amenaza; por
eso quiero que me prestes tu caballo para irme de la ciudad y escapar a
mi sino.
Me iré para Samarra y allí la Muerte no me encontrará. El
mercader le prestó su caballo y el sirviente montó en él y le clavó las
espuelas en los flancos huyendo a todo galope.
Después el mercader se fue para la plaza y vio entre la muchedumbre a la Muerte, a quien le preguntó: ¿Por qué amenazaste a mi criado cuando lo viste esta mañana?
Después el mercader se fue para la plaza y vio entre la muchedumbre a la Muerte, a quien le preguntó: ¿Por qué amenazaste a mi criado cuando lo viste esta mañana?
No fue un gesto de
amenaza, le contestó, sino un impulso de sorpresa. Me asombró verlo aquí
en Bagdad, porque tengo una cita con él esta noche en Samarra".
Nos pasamos la vida picando espuelas hacia Samarra. Queremos huir del destino, esconder nuestra cabeza en tierra o como de niños pensar que bajo las sábanas y mantas somos indestructibles, que como no vemos el mal no nos puede ver. La muerte no nos puede ver. Llenamos el desván de la experiencia de cajas vacías, como decía Juan Ramón. Llenamos nuestras vidas de ilusiones de papel, vinilo o pantalla táctil.
Creímos que la torre de marfil que construimos en la infancia era inexpugnable, que nuestros padres, como los Madelman, lo podían todo. Crecimos con la convicción de que el bien siempre triunfaba y que los malos eran capturados por la policía, o en su defecto por Spiderman. Que los Reyes Magos traían regalos a los niños buenos y que el séptimo de caballería llegaba en el último momento a salvarnos del asedio sioux. Que los médicos eran sabios y nos curaban y los maestros, reverendos padres de conocimientos superiores. Que si estudiabas y te aplicabas llegarías a ser un hombre de provecho, y que si eras vegetariano los tigres o leones te lamerían la cara en señal de afecto.
Creímos que la torre de marfil que construimos en la infancia era inexpugnable, que nuestros padres, como los Madelman, lo podían todo. Crecimos con la convicción de que el bien siempre triunfaba y que los malos eran capturados por la policía, o en su defecto por Spiderman. Que los Reyes Magos traían regalos a los niños buenos y que el séptimo de caballería llegaba en el último momento a salvarnos del asedio sioux. Que los médicos eran sabios y nos curaban y los maestros, reverendos padres de conocimientos superiores. Que si estudiabas y te aplicabas llegarías a ser un hombre de provecho, y que si eras vegetariano los tigres o leones te lamerían la cara en señal de afecto.
Vivimos huyendo de Bagdad. De un Bagdad que trocó las mil y una noches por el expolio, la guerra civil y la barbarie. A Sherezade por los marines, y a Sadam por los fanáticos religiosos.
Huímos de Bagdad con lo puesto, picando espuelas y creyendo que podríamos burlar a la Parca a orillas del Tigris, junto al gran minarete.
Pero a orillas del Tigris o a orillas del Manzanares nos da igual. La cita en Samarra es ineludible. La cita con las cenizas, con los huesos, con el polvo en el viento.
Me ha recordado al Romance del enamorado y la muerte.
ResponderEliminarhttps://m.youtube.com/watch?v=JcKPHF9O7L8