ORGULLO
En
estos días unos, unas y unes se enorgullecen de ser LGTBHYTJK y
ondean banderas multicolores.
En
estos días otros se enorgullecen de un país y de una bandera,
aunque ese país sea una caricatura de lo que fue: azote de romanos,
muslimes y herejes. Aunque sea un país mermado desde que la pérfida Albión nos dejó sin Portugal y Gibraltar. Un país asimétrico que deja morir de viejo a todo su interior.
En
estos días hay quienes se enorgullecen de ser negros, blancos o
“coloraos”.
Durante
un tiempo yo también me enorgullecí: de mis amigos, de mi clan, de
mis ancestros o de la tierra en la que crecí.
Como
si el haber nacido aquí o allí, el ser de una u otra manera, el
que te gusten las fresas o los piñones tenga algo que ver con el
orgullo.
Yo
solo puedo sentirme sinceramente orgulloso de mis padres y de todos
los que fueron como ellos, o siguen siéndolo, pese a los pesares y a
los cantos de sirena incesantes del mundo moderno, su hedonismo y su
degeneración materialista. Puedo sentir orgullo por el amor de
ciertas personas, sus sacrificios y renuncias. Mis hermanos, mi
mujer. El cariño incondicional de mis gatos. La amistad sincera de
un puñado de fieles.
Hoy
siento orgullo por mis compañeros de trabajo, dedicados en cuerpo y
alma a abastecer a parte de la población en lo peor de la pandemia.
A priorizar a los más débiles y más necesitados. A aguantar
estoicamente día tras día la presión, pero también el
agradecimiento y el afecto de no pocos.
Personalmente, me enorgullezco de pocas cosas: de haber cantado ante Marta Vancouvers y Juan de Pablos, de haber pinchado en la Sala Clamores , de haber compuesto canciones pinchadas por el antedicho Juan de Pablos en su legendario programa "Flor de Pasión". O de haber formado parte de la última causa justa , a sabiendas de ser una causa perdida.
En
la transición hubo, entre otros, un himno : “Libertad sin ira”
que hablaba de dos Españas, de una guerra y de gente callada.
Cuarenta años después, veo en derredor gente callada y obediente.
Ni libertad ni ira. Sobreviviendo. Yendo por dónde les dicen que
vayan, cuando les digan y cómo les digan. Con un bozal. Como perros.
Perritos de Pavlov salivando al ritmo del metrónomo de la televisión
por cable y los estantes repletos (aún) de cerveza y papel
higiénico.
No,
ya no somos Viriato.
Ni
Indíbil ni Mandonio.
Ni
Agustina de Aragón.
Ni
Blas de Lezo.
Ni
la reina Santa.
Ya
no tenemos orgullo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario