miércoles, 1 de julio de 2020

ORGULLO (sin prejuicio)


ORGULLO

En estos días unos, unas y unes se enorgullecen de ser LGTBHYTJK y ondean banderas multicolores.

En estos días otros se enorgullecen de un país y de una bandera, aunque ese país sea una caricatura de lo que fue: azote de romanos, muslimes y herejes. Aunque sea un país mermado desde que la pérfida Albión nos dejó sin Portugal y Gibraltar. Un país asimétrico que deja morir de viejo a todo su interior.

En estos días hay quienes se enorgullecen de ser negros, blancos o “coloraos”.

Durante un tiempo yo también me enorgullecí: de mis amigos, de mi clan, de mis ancestros o de la tierra en la que crecí.

Como si el haber nacido aquí o allí, el ser de una u otra manera, el que te gusten las fresas o los piñones tenga algo que ver con el orgullo.

Yo solo puedo sentirme sinceramente orgulloso de mis padres y de todos los que fueron como ellos, o siguen siéndolo, pese a los pesares y a los cantos de sirena incesantes del mundo moderno, su hedonismo y su degeneración materialista. Puedo sentir orgullo por el amor de ciertas personas, sus sacrificios y renuncias. Mis hermanos, mi mujer. El cariño incondicional de mis gatos. La amistad sincera de un puñado de fieles.

Hoy siento orgullo por mis compañeros de trabajo, dedicados en cuerpo y alma a abastecer a parte de la población en lo peor de la pandemia. A priorizar a los más débiles y más necesitados. A aguantar estoicamente día tras día la presión, pero también el agradecimiento y el afecto de no pocos.

Personalmente, me enorgullezco de pocas cosas: de haber cantado ante Marta Vancouvers y Juan de Pablos, de haber pinchado en la Sala Clamores , de haber compuesto canciones pinchadas por el antedicho Juan de Pablos en su legendario programa "Flor de Pasión". O de haber formado parte de la última causa justa , a sabiendas de ser una causa perdida.

En la transición hubo, entre otros, un himno : “Libertad sin ira” que hablaba de dos Españas, de una guerra y de gente callada. Cuarenta años después, veo en derredor gente callada y obediente. Ni libertad ni ira. Sobreviviendo. Yendo por dónde les dicen que vayan, cuando les digan y cómo les digan. Con un bozal. Como perros. Perritos de Pavlov salivando al ritmo del metrónomo de la televisión por cable y los estantes repletos (aún) de cerveza y papel higiénico.

No, ya no somos Viriato.

Ni Indíbil ni Mandonio.

Ni Agustina de Aragón.

Ni Blas de Lezo.

Ni la reina Santa.

Ya no tenemos orgullo.



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