Un
año más reivindico el verdadero espíritu Navideño. El que
llevó a todo un Dios a encarnarse en pobre y perdedor.
No me quiero poner en plan
“abuelo Cebolleta”, pero recuerdo que las Navidades
de nuestra infancia eran un
tiempo mágico para los niños. Y para todos un tiempo de ilusión y sobre todo un TIEMPO DE
VALORES. Como la fuerza del Amor en forma de fraternidad y caridad (lo que
ahora llaman “solidaridad”), espíritu de Paz, de compartir….
Valores que se han ido
sustituyendo paulatinamente por beber, comer y gastar. Consumir para que la
máquina sin corazón siga funcionando.
Las Navidades españolas,
con toda su carga de falsedad e hipocresía, celebraban antaño todos esos
valores , que tomaban la forma de tradiciones y símbolos (los Reyes Magos, montar el Belén..) Hasta el árbol, importado
de otras latitudes, tenía un fuerte simbolismo en las celebraciones del solsticio
de invierno por parte de nuestros antepasados más remotos. O ese Santa
Claus/Papá Noel/San Nicolás, que en toda Europa es una figura venerable y no un
payaso gordinflón.
Mas la AntiTradición en su proceso de ensuciar todo lo bueno y lo bello lleva mucho tiempo intentando convertir en una orgía consumista y un circo banal
sin contenido lo que debería ser un tiempo espiritual de
recogimiento, oración y celebración, .
Y así, los belenes dan paso
a duendes, gnomos y hasta a los pitufos si me apuran. El San Nicolás benefactor
pasa a ser, por obra y gracia de una compañía de refrescos, un bufón rojiblanco
y sin ninguna connotación religiosa. Y los Reyes, a esos mejor olvidarlos, que
son unos carcas.
Los villancicos
tradicionales ligados a la tradición del nacimiento y la Epifanía se ven
sustituidos por las americanadas del “Santa Claus is coming to town “
y cosas peores.
En fin, que llamar a las
cosas por su nombre es carca y reaccionario. Pues la Navidad (Natividad =
Nacimiento ) o es espiritual, o no tiene sentido. E igual que me parece una
soberana estupidez un “bautizo laico”, no entiendo ese afán progre de subvertir
todas las tradiciones. De llevar todos sus prejuicios, fobias y filias a unas celebraciones que forman parte de nuestra cultura e identidad.
Como he escrito otras veces refiriéndome a festividades religiosas, si uno cree o quiere celebrar la Semana Santa, Hanukah, el Ramadán, el Solsticio de Invierno o la Navidad es muy libre. Y si no se cree en nada, que no se toque las narices. Pretender una "Navidad laica" , o unas reinas magas sacadas de la manga de lo políticamente correcto me recuerda a ese afán que tuvo la Revolución Francesa de cambiar el calendario o celebrar procesiones de la diosa Razón; en definitiva, sustituir a unos dioses por otros. Pero como decía Chesterton, "Cuando se deja de creer en Dios, enseguida se cree en cualquier cosa."
No obstante quiero creer que siempre habrá gente buena, con creencias o sin ellas, que en estas fechas y el resto del año ayudará a sus semejantes, a veces con gestos, obras o palabras. Quizá aún haya esperanza para este mundo.
Estas Navidades, el pepinillo, abatido por el dolor y cada vez más escéptico, quiere brindar por esas buenas gentes. Y por los niños, los animales y la música, lo único puro y bueno que nos queda.
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