“-Teniente Algren, postrado ante el Emperador,mientras le ofrece una katana:
ésta es la espada de Katsumoto. Él hubiera querido que estuviera en vuestro poder ;él deseó con su último aliento que recordárais a los antepasados que la blandieron y por qué murieron (…)
-Emperador: He soñado con unificar Japón, una nación fuerte, independiente y moderna. Ahora tenemos ferrocarriles, cañones y ropas occidentales. PERO NO PODEMOS OLVIDAR QUIÉNES SOMOS NI DE DÓNDE VENIMOS “
(El último Samurai, 2003)
No hace mucho ha podido verse una campaña publicitaria del turismo japonés: “Japan, where tradition meets the future” (Japón: donde la Tradición se encuentra con el futuro”) Alguna vez, hablando de identidades nacionales y regionalismos, he manifestado mi sana envidia por cómo viven este asunto los británicos. Con Japón ya no es sólo envidia sino respeto profundo, admiración, casi reverencia.
Siempre he disentido de un viejo
amigo que afirma que Japón ha perdido toda su esencia y se ha vendido a
Occidente. Sí, puede que Tokio sea un monstruoso hormiguero humano, puede que
imiten todas nuestras modas, jueguen a béisbol o emulen a Elvis. Puede que sean
adictos a la tecnología, que nos copien con exceso y distorsión, como ocurre con el Manga. Pero tras esa apariencia frívola, no pocas veces grotesca, aún subsiste buena parte del espiritu nipón
De vez en cuando me pregunto ¿qué
queda de la España
que conocí de niño y joven? No sólo la de los viejos bares (serrín,
frasca y zinc), ni las lecherías y tiendas de ultramarinos. No sólo la de esos kioskos regentados por
un señor similar al "Cervan" de Cuéntame , que
vendían el Jabato, chuches o sobres de cromos. O esas tiendas de cambio de
cromos, comics Marvel y tebeos patrios, entrañable Gordillo de la calle Blasco de Garay.
Me refiero a la de ese español sufrido, noble y austero. Ese madrileño llegado de los pueblos de las
dos Castillas , Extremadura o Andalucía, esos serenos gallegos y taberneros asturianos. Generosos, sencillos, honrados con otras tantas virtudes
hoy consideradas demodé.
Aquí sí que nos hemos pervertido, entregado con armas y bagaje al mundo moderno del peor tipo. No el de la tecnología y los juegos absurdos, como en el país del sol naciente. Aquí hemos querido hacer tabula rasa con todo nuestro pasado, con todo aquello que nos huele a “antiguo”, a viejo, a pasado de moda. Más renegados y endófobos que nadie, a años luz de ningún japonés, que no dejaría morir su Patrimonio cultural y natural (Patrimonio, bonita palabra, con la misma raíz que Patria: Patrimonio, del latín patrimonium ‘bienes heredados de los padres”. Será por eso que no está bien visto defenderlo, no vaya a ser que nos acusen de heteropatriarcales.)
Aquí sí que nos hemos pervertido, entregado con armas y bagaje al mundo moderno del peor tipo. No el de la tecnología y los juegos absurdos, como en el país del sol naciente. Aquí hemos querido hacer tabula rasa con todo nuestro pasado, con todo aquello que nos huele a “antiguo”, a viejo, a pasado de moda. Más renegados y endófobos que nadie, a años luz de ningún japonés, que no dejaría morir su Patrimonio cultural y natural (Patrimonio, bonita palabra, con la misma raíz que Patria: Patrimonio, del latín patrimonium ‘bienes heredados de los padres”. Será por eso que no está bien visto defenderlo, no vaya a ser que nos acusen de heteropatriarcales.)
En el s XIX fueron derrotados los
últimos samurais del Japón. Con ellos murió el Japon tradicional. Así y todo,
aún se les reverencia y su código de honor permanece como referencia del Japón
eterno. En la España
del XIX los carlistas fueron quizá nuestros últimos samurais. Tal vez errados,
pero fieles a unos Fueros, a unas Españas seculares, a un orden espiritual
herencia de los ancestros. Esos viejos carlistas. derrotados “por traidores y
criminales ” liberales que en nombre de una supuesta modernidad comenzaron una labor de destrucción de la España interior en lo geográfico
e interior en lo moral. Una destrucción material, sí, pero sobre todo espiritual. Una labor que están rematando en este siglo XXI tanto liberales de derechas como progres de izquierdas.
Ya no me importa a estas alturas
del partido que se me llame reaccionario. Parafraseando a don José de la
Riva Agüero, no soy conservador, sino
reaccionario; porque hay poco que conservar, y mucho ante lo que reaccionar” (1)
En resumen, que sí, que envidio a
los japoneses. A pesar de su culto por la modernidad más excesiva. Quizá porque
bajo varios estratos de tierra está enterrada la espada del samurai. Envidiable
asumir los contrastes, el tren bala y el Aikido, los robots y el Bushido, el Doraemon y el Honor, el Sumo y el culto a la empresa.
Una potencia tecnológica y
económica que respeta y cuida su legado. El Japón del
Shinto, la lírica del cerezo en flor y el respeto a los mayores. Qué paletos y pueblerinos son, sí. Y así y todo sólo tienen un insignificante 5% de paro.
Aquí no nos importa nuestra
herencia inmaterial, aquí somos más papistas que el Papa y más multiculturales
que un "newyorker" ; somos los más materialistas, los mayores defensores de una
postmodernidad inhumana y vulgar. En España, pero sobre todo en Madrid, todo lo
que suene a Tradición, legado o Historia produce alergia, o peor aún, arcadas, Aquí
no sólo hemos puesto siete llaves al
sepulcro del Cid, sino que fundimos la Tizona para hacer las cuicas (tambores) de las
batucadas. “Corruptio optimi, pessima” eso es España, que desde el siglo XIX,
como muestra un botón, ha iniciado un proceso de reducción de la vasta herencia
antropológica y folclórica de las Españas a cuatro lugares comunes de sol,
Flamenco ,playa y orgullo deportivo.
Hicieron falta dos bombas
atómicas para doblegar al orgulloso y disciplinado pueblo japonés, irreductible
y dispuesto a la muerte antes que a la rendición. Mishima se quitó de en medio
por mucho menos de lo que sufrimos en este occidente y en esta Expaña de tapas
y sol. Pero claro está, yo no soy Mishima. Ni yo ni nadie de esta piel de toro.
Respeta a los ancianos. Nunca temas.Vive con honor.
(Código Samurai)
Respeta a los ancianos. Nunca temas.Vive con honor.
(Código Samurai)
(1) Luis Alberto Sánchez había calificado a
Riva Agüero como un claro exponente de lo que en Perú representaba ser un
«conservador»; a lo cual el Marqués de Montealegre respondía, entre un tono medio airado y medio
amistoso, de forma tajante: «Yo no soy
conservador...sino reaccionario». Para él no había nada que conservar en el
Perú, se debía reaccionar y volver a los ideales y tareas del siglo XVIII (de “Apuntes para un estudio de la influencia de Maurras en Hispano América”,
por José Díaz Nieva)
….Por eso la modernidad ha sido la
prostitución del individuo, el imperio de las modas, de la vulgarización
estética; el reino de lo uniforme, la mediocridad, la falta de gusto, el
cinismo de la derecha y las mentiras de la izquierda, las boberías, el alcohol,
la prostitución y la
Coca-cola; la inanidad de la ciencia que no educa, pues no
enseña sobre el objeto, sino sobre la manera de usarlo, es decir, no dice cómo
se debe vivir, como decía Weber, sino cómo se debe emplear; es la tiranía de la
estadística que convierte todo en cifra.” (Damián Pachón, en su ensayo sobre Nicolás
Gómez Dávila, “la irreverencia de la
inteligencia”)
“La democracia no es más que el
procedimiento mediante el cual la mayoría esclaviza legalmente a las minorías,
es una blasfemia y es el "sistema para el cual lo justo y lo injusto, lo
racional y lo absurdo, lo humano y lo bestial, se determinan no por la
naturaleza de las cosas sino por un proceso electoral" (7). Y ha sido una
blasfemia, entre otras cosas, porque en política "patrocinar al pobre ha
sido siempre [...] el más seguro medio de enriquecerse". Ese mundo
moderno, democrático, resultó de la confluencia de tres series causales:
"la expansión demográfica, la propaganda democrática, la revolución
industrial", tal como lo había dicho en 1930 Ortega y Gasset en La
rebelión de las masas. (Damián Pachón, ibídem)
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