viernes, 31 de enero de 2020

Héroes del siglo XX




Son los héroes anónimos del siglo XX. Los que muy pocos, si acaso sus familiares y allegados, hemos conocido. Vidas fugaces en el mar del tiempo. Mi padre, V. H. Blanco, nacido hace 100 años en Guadalajara (Castilla la Nueva, España). Criado y crecido en el Burgo de Osma (Castilla la Vieja, España), donde conocería por circunstancias de la vida y de la maldita guerra (in)civil a mi madre, descendiente por parte paterna de lo mejor de aquella localidad arévaca. Mi padre con dieciséis años fue alistado contra su voluntad en la llamada “quinta del biberón” (o del chupete, ¿eran la misma?). Una guerra que truncó su carrera musical y le hizo portar la roja boina del requeté, aunque nunca comulgó con el bando vencedor, tras vivir los horrores de la guerra.

La terrible postguerra, el clasismo y la prepotencia de muchos vencedores le llevarían a simpatizar con determinadas siglas. Siglas, etiquetas… son sólo eso. No creo ya en que el partido socialista obrero defienda los intereses de los obreros. ¡Ay, y si vieses lo que defienden ahora las Comisiones Obreras!... Te fuiste mucho antes de que todo degenerase irreversiblemente. Izquierdas, derechas, fascistas, antifascistas, atléticos, madridistas… ¡Qué bien les viene a los que dirigen de verdad el cotarro el que estemos divididos!

Pero no divaguemos más. Años 40, 50, 60...sacar adelante una familia, cuatro hijos… con todos sus errores y arrastrando los prejuicios propios de su generación (1), para mi fue un héroe.

Working class hero, héroe de la clase obrera.

Este año que terminó perdimos a otros héroes anónimos.

Primero a mi último tío paterno vivo. Otro que hubiese sido políticamente incorrecto por diversos motivos, no sólo por cazador. Aunque traté poco a mi familia paterna, mucho menos de lo que hubiese querido, me consta el afecto que tenía por mi padre y por los nuestros y siempre me sentí bien acogido en su casa de el Burgo de Osma. Para mí el ideal de vivienda, con vistas y salida al pinar -una maravillosa casa de pueblo con un patio en el que conocí refugiados de las más diversas especies, desde un zorro a un erizo- mi amor por la naturaleza y los animales viene de los Hernández Blanco, por un lado, y de Félix Rodríguez de la Fuente, por otro. Un amor auténtico, imbricado en un medio rural concreto, en una tierra, en una tribu incluso. No como el postureo urbanita o las buenas intenciones de muchos llamados “animalistas”, pero que no sobrevivirían una semana lejos de su Iphone y las comodidades de la megalópolis.

El funeral y entierro de mi tío, el pasado otoño, fue una triste excusa para reunirme con parte de la familia y para volver a sentir brevemente la llamada del campo, de ese campo castellano en el que pasé buena parte de mi infancia, entre ríos, trigales y veredas. Ese funeral y entierro en los que pude apreciar el afecto y respeto de todo un pueblo. Para mí esa es la mayor riqueza y legado al que podemos aspirar cualquier mortal.

Pocas semanas después decíamos adiós a otro tío mío, por la rama materna. El viudo de mi tía M.L. P.S. El último de su cuadrilla. Y uno de los últimos alumnos de Antonio Machado. Los niños de el “Calderón de la Barca”, los alumnos madrileños del último Machado. Entre los que estaba mi tío y mi madre.

Mi tío P.G.L., otro superviviente de la Guerra Civil, provenía de una familia con militares y religiosos, y sus primeros años recibió la educación y la influencia de la Fé católica. Al estallar la infame guerra también fue enrolado a la fuerza, como tantos, y sufrió las represalias por estar en el lugar y el momento equivocados. Por ver morir a adolescentes en el nombre de la República, de la Revolución o de la utopía. Eso no impidió que retomase tras la guerra su camisa vieja azul mahón, viviendo en primera fila hechos históricos tales como el funeral de los Hermanos García Noblejas. Histórico en días difíciles en los que la Falange fue reducida a comparsa y justificación ideológica del Régimen. Un régimen con el que rompería amarras por amor y por desengaño, llegando a acabar en las aparentes antípodas ideológicas. Como el paisano Ridruejo. (2)

Unos y otros, rojos y azules, lo mejor de la juventud española.

Salvar a España del terror rojo para entregarla al nacional-catolicismo y al autoritarismo de un astuto gallego posibilista. Cambiar algo para que nada cambie. La Revolución con mayúsculas quedaría pendiente. La Patria, el Pan y la Justicia devendrían en el Café, Copa y Puro (3) de una oligarquía. Aunque, visto lo visto en las últimas décadas, una oligarquía que quizá hizo más que lo que nos cuenta la actual versión oficial por la clase trabajadora: la Seguridad Social, hipotecas accesibles, viviendas protegidas para familias obreras (4)… todo lo que no te contará el revanchismo oficial que arranca placas del INV en Madrid y Barcelona en nombre de la memoria histórica. Y desde luego mucho más que lo que el salvaje capitalismo neoliberal haya hecho en lustros de gobiernos del PPSOE. En fin, vuelvo a divagar. A mi tío le corresponde, entre otros méritos, el de haber contribuido de forma decisiva a la operatividad de los submarinos de nuestra Armada en los difíciles años de autarquía y aislamiento internacional. Pero esa historia me la reservo para mis novelas en proyecto.

Mis tíos, mi padre… Uno habría cumplido 100 años ayer, los otros murieron nonagenarios.

Por supuesto que recuerdo también a mi madre, que en este enero que acaba hubiese cumplido los 98. Mi madre, otra alumna de Machado y de Lapesa. Una niña bien de la anteguerra, presentada en Sociedad, el orgullo de mis abuelos, que también vio truncados sus sueños de escritora por la guerra, las penurias de la postguerra y la caída en desgracia social fruto de la militancia socialista y republicana de mi abuelo Marcelino, (otro) nativo de el Burgo de Osma. Mi madre, que fue todo para mí. Mi madre, la mejor madre del mundo.

Y recuerdo también la pérdida, a principios de año, del padre de mi amigo A. Otro héroe de la clase trabajadora, operario de la cervecera El Águila. Otro representante del heteropatriarcado opresor. Como mis tíos, como mi padre, como todos aquellos varones que se dejaron la piel por su familia.

En estos días en que todo es mentira, que se vilipendia y desprecia todo lo antiguo y tradicional, les echo de menos. Echo de menos a esa generación de luchadores, una generación de perdedores. Una generación que triunfó en lo que realmente importa.

Héroes anónimos. Juntos para siempre en el Walhalla.

(1) Estoy convencido que, de haber vivido estos días, serías políticamente incorrecto, y no sólo por taurino. Como esos miles de personas de la izquierda silenciosa desengañados ante el espectáculo grotesco de esta izquierda postmoderna, voz de su Amo globalista.


(2) Dionisio Ridruejo, otro hijo de el Burgo de Osma. Poeta y falangista, acabaría sus días cercano a la socialdemocracia del PSOE, tal como resume la Wikipedia: “acabaría experimentando durante la dictadura una transición ideológica que le acabó situando en posiciones críticas con la dictadura próximas a la socialdemocracia o a un liberalismo socializante."

(3) Agustín de Foxá, histórico falangista que acabaría cayendo en desgracia por su cinismo e inteligente humor negro, afirmaba que toda ideología se autodefinía con tres palabras: la masonería /liberalismo con “Libertad, Igualdad y Fraternidad”, la Falange con “(por la) Patria, (el) Pan y (la) Justicia”, y que las suyas eran “Café, Copa y Puro”.

(4) "Esta casa goza de los beneficios del decreto ley del 27 de noviembre de 1953 y es de renta limitada". O: "Edificio construido al amparo del régimen de Viviendas de Protección Oficial"

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