Son los héroes anónimos del
siglo XX. Los que muy pocos, si acaso sus familiares y allegados,
hemos conocido. Vidas fugaces en el mar del tiempo. Mi padre, V. H.
Blanco, nacido hace 100 años en Guadalajara (Castilla la Nueva,
España). Criado y crecido en el Burgo de Osma (Castilla la Vieja,
España), donde conocería por circunstancias de la vida y de la
maldita guerra (in)civil a mi madre, descendiente por parte paterna
de lo mejor de aquella localidad arévaca. Mi padre con dieciséis
años fue alistado contra su voluntad en la llamada “quinta del
biberón” (o del chupete, ¿eran la misma?). Una guerra que truncó
su carrera musical y le hizo portar la roja boina del requeté,
aunque nunca comulgó con el bando vencedor, tras vivir los horrores
de la guerra.
La terrible postguerra, el
clasismo y la prepotencia de muchos vencedores le llevarían a
simpatizar con determinadas siglas. Siglas, etiquetas… son sólo
eso. No creo ya en que el partido socialista obrero defienda los
intereses de los obreros. ¡Ay, y si vieses lo que defienden ahora
las Comisiones Obreras!... Te fuiste mucho antes de que todo
degenerase irreversiblemente. Izquierdas, derechas, fascistas,
antifascistas, atléticos, madridistas… ¡Qué bien les viene a los
que dirigen de verdad el cotarro el que estemos divididos!
Pero no divaguemos más. Años
40, 50, 60...sacar adelante una familia, cuatro hijos… con todos
sus errores y arrastrando los prejuicios propios de su generación
(1), para mi fue un héroe.
Working class hero, héroe de
la clase obrera.
Este año que terminó perdimos
a otros héroes anónimos.
Primero a mi último tío
paterno vivo. Otro que hubiese sido políticamente incorrecto por
diversos motivos, no sólo por cazador. Aunque traté poco a mi
familia paterna, mucho menos de lo que hubiese querido, me consta el
afecto que tenía por mi padre y por los nuestros y siempre me sentí
bien acogido en su casa de el Burgo de Osma. Para mí el ideal de
vivienda, con vistas y salida al pinar -una maravillosa casa de
pueblo con un patio en el que conocí refugiados de las más diversas
especies, desde un zorro a un erizo- mi amor por la naturaleza y los
animales viene de los Hernández Blanco, por un lado, y de Félix
Rodríguez de la Fuente, por otro. Un amor auténtico, imbricado en
un medio rural concreto, en una tierra, en una tribu incluso. No como
el postureo urbanita o las buenas intenciones de muchos llamados
“animalistas”, pero que no sobrevivirían una semana lejos de su
Iphone y las comodidades de la megalópolis.
El funeral y entierro de mi
tío, el pasado otoño, fue una triste excusa para reunirme con parte
de la familia y para volver a sentir brevemente la llamada del
campo, de ese campo castellano en el que pasé buena parte de mi
infancia, entre ríos, trigales y veredas. Ese funeral y entierro en
los que pude apreciar el afecto y respeto de todo un pueblo. Para mí
esa es la mayor riqueza y legado al que podemos aspirar cualquier
mortal.
Pocas semanas después decíamos
adiós a otro tío mío, por la rama materna. El viudo de mi tía
M.L. P.S. El último de su cuadrilla. Y uno de los últimos alumnos
de Antonio Machado. Los niños de el “Calderón de la Barca”, los
alumnos madrileños del último Machado. Entre los que estaba mi tío
y mi madre.
Mi tío P.G.L., otro
superviviente de la Guerra Civil, provenía de una familia con
militares y religiosos, y sus primeros años recibió la educación y
la influencia de la Fé católica. Al estallar la infame guerra
también fue enrolado a la fuerza, como tantos, y sufrió las
represalias por estar en el lugar y el momento equivocados. Por ver
morir a adolescentes en el nombre de la República, de la Revolución
o de la utopía. Eso no impidió que retomase tras la guerra su
camisa vieja azul mahón, viviendo en primera fila hechos históricos
tales como el funeral de los Hermanos García Noblejas. Histórico en
días difíciles en los que la Falange fue reducida a comparsa y
justificación ideológica del Régimen. Un régimen con el que
rompería amarras por amor y por desengaño, llegando a acabar en las
aparentes antípodas ideológicas. Como el paisano Ridruejo. (2)
Unos y otros, rojos y azules,
lo mejor de la juventud española.
Salvar a España del terror
rojo para entregarla al nacional-catolicismo y al autoritarismo de un
astuto gallego posibilista. Cambiar algo para que nada cambie. La
Revolución con mayúsculas quedaría pendiente. La Patria, el Pan y
la Justicia devendrían en el Café, Copa y Puro (3) de una
oligarquía. Aunque, visto lo visto en las últimas décadas, una
oligarquía que quizá hizo más que lo que nos cuenta la actual
versión oficial por la clase trabajadora: la Seguridad Social,
hipotecas accesibles, viviendas protegidas para familias obreras (4)…
todo lo que no te contará el revanchismo oficial que arranca placas
del INV en Madrid y Barcelona en nombre de la memoria histórica. Y
desde luego mucho más que lo que el salvaje capitalismo neoliberal
haya hecho en lustros de gobiernos del PPSOE. En fin, vuelvo a
divagar. A mi tío le corresponde, entre otros méritos, el de haber
contribuido de forma decisiva a la operatividad de los submarinos de
nuestra Armada en los difíciles años de autarquía y aislamiento
internacional. Pero esa historia me la reservo para mis novelas en
proyecto.
Mis tíos, mi padre… Uno
habría cumplido 100 años ayer, los otros murieron nonagenarios.
Por supuesto que recuerdo
también a mi madre, que en este enero que acaba hubiese cumplido
los 98. Mi madre, otra alumna de Machado y de Lapesa. Una niña bien
de la anteguerra, presentada en Sociedad, el orgullo de mis abuelos,
que también vio truncados sus sueños de escritora por la guerra,
las penurias de la postguerra y la caída en desgracia social fruto
de la militancia socialista y republicana de mi abuelo Marcelino,
(otro) nativo de el Burgo de Osma. Mi madre, que fue todo para mí.
Mi madre, la mejor madre del mundo.
Y recuerdo también la pérdida,
a principios de año, del padre de mi amigo A. Otro héroe de la
clase trabajadora, operario de la cervecera El Águila. Otro
representante del heteropatriarcado opresor. Como mis tíos, como mi
padre, como todos aquellos varones que se dejaron la piel por su
familia.
En
estos días en que todo es mentira, que se vilipendia y desprecia
todo lo antiguo y tradicional, les echo de menos. Echo de menos a esa
generación de luchadores, una generación de perdedores. Una
generación que triunfó en lo que realmente importa.
Héroes
anónimos. Juntos para siempre en el Walhalla.
(1)
Estoy convencido que, de haber vivido estos días, serías
políticamente incorrecto, y no sólo por taurino. Como esos miles de
personas de la izquierda silenciosa desengañados ante el espectáculo
grotesco de esta izquierda postmoderna, voz de su Amo globalista.
(2)
Dionisio Ridruejo, otro hijo de el Burgo de Osma. Poeta y falangista,
acabaría sus días cercano a la socialdemocracia del PSOE, tal como
resume la Wikipedia: “acabaría experimentando durante la dictadura
una transición ideológica que le acabó situando en posiciones
críticas con la dictadura próximas a la socialdemocracia o
a un liberalismo socializante."
(3)
Agustín de Foxá, histórico falangista que acabaría cayendo en
desgracia por su cinismo e inteligente humor negro, afirmaba que toda
ideología se autodefinía con tres palabras: la masonería
/liberalismo con “Libertad, Igualdad y Fraternidad”, la Falange
con “(por la) Patria, (el) Pan y (la) Justicia”, y que las suyas
eran “Café, Copa y Puro”.
(4)
"Esta
casa goza de los beneficios del decreto ley del 27 de noviembre de
1953 y es de renta limitada". O: "Edificio construido al
amparo del régimen de Viviendas de Protección Oficial"
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