martes, 7 de diciembre de 2021

La muerte es una cosa seria

 

"...Las campanas doblan, la oración ha sonado en San Juan del Duero, las ánimas del monte comenzarán ahora a levantar sus amarillentos cráneos de entre las malezas que cubren sus fosas…; ¡las ánimas!, cuya sola vista puede helar de horror la sangre del más valiente, tornar sus cabellos blancos o arrebatarle en el torbellino de su fantástica carrera como una hoja que arrastra el viento, sin que se sepa adónde…” ( Gustavo Adolfo Becquer )




Poco escribo en esta bitácora en los últimos tiempos. Lo siento, las ideas brotan exaltadas e inesperadas , pero el hecho de trabajar a diario muchas horas con un teclado quizá sea el motivo. Ídem a hablar por teléfono.



Sea como fuere, esta entrada estaba prevista para el mes pasado, el mes de difuntos. Quería yo escribir sobre la torva sombra en la Noche de Ánimas pero las circunstancias y el desánimo postergaron estas líneas. 



No deja de ser una luctuosa coincidencia que la anterior entrada y esta tengan en común el lamento fúnebre, sean Kaddish, Obituario, Esquela y Homenaje. Esta entrada iba a ser un alegato contra la vulgarización de una noche tan importante como la de Difuntos. Pero heme aquí, como siempre a destiempo , como mi vida misma de caminante hacia el ocaso.



Estoy aquí en esta noche de Vigilia, una noche que tendría que estar dedicada a Nuestra Señora (en mi recuerdo aquellas noches de los 80 y 90 del siglo pasado, cánticos de alabanza, Ave Maria y chocolate caliente al calor de una estufa catalítica) Por supuesto que a Nuestra Señora siempre cantaré, sobre todo esta noche.



Pero creo que a ella no le importará, Madre Amantísima, que recuerde desde este medio a esos sus hijos que abandonaron este valle de lágrimas.



Hijos como  Ramón, bella alma en cuerpo anciano, que nos dejó hace unos días . En mi recuerdo le llevo esta noche.



La muerte nos sobrevuela, cual buitre leonado, nos vigila con constancia y nos acaba encontrando, en Samarra , Covarrubias o Carabanchel. Año tras año.



Y un año más, nos vemos invadidos por calabazas, monstruos y disfraces siniestros. Y a pesar de que el Jalogüin hunda sus raíces en profundas tierras de tradiciones célticas, sus ramas nos dan un fruto cada vez más putrefacto. Como la misma sociedad que lo alienta y alimenta. 



Qué ha pasado con este pueblo....



Mi amigo Paco Poza defendía que el Halloween era una nueva tradición, y que no había tradición más española que el querer divertirse y el buscar cualquier excusa para la fiesta. Admitimos pulpo como animal de compañía. Pero por qué precisamente esta noche. Recuerdo los primeros “Halloween” “ a la americana” , en Malasaña y el trasmundo madrileño. Como el Rocanrol o como las hamburguesas, vino importado de los EEUU. Y en los 90 para los jóvenes como el que esto escribe resultó ser un ejercicio más de imitación de lo Cool y alternativo frente a unas costumbres y tradiciones a las que dábamos la espalda por carpetovetónicas y pasadas de moda. Lo in, lo fetén, era disfrazarse de vampiro y colgar telas de araña en garitos legendarios como el Malandro o el templo del Gato.



No voy a ser yo quien condene las ganas de fiesta y de disfrazarse de este pueblo. Sólo quiero pedir respeto para las noches más sagradas. Al igual que la noche de difuntos, un año más nos acercamos a unas fiestas navideñas cada vez más desprovistas de contenido. Del cumpleaños de Jesús hemos pasado a la ridiculización de san Nicolás derivado en un gordo vestido del color corporativo de una marca de refrescos . Del Belén y el aguinaldo, a unos gorros con cuernos de reno tan ajenos a nuestra cultura como el beisbol o los Drive-In. No deja de ser paradójico que buena parte de esa colonización cultural sea aplaudida y fomentada por muchos españoles de pulsera rojigualda y con España constantemente en la boca. Patriotas de baratillo que luego martillean los clavos del sepulcro de don Juan Tenorio con tantas ganas o más que los progres “ciudadanos del mundo “.



Nuevas tradiciones, nuevas costumbres. Pero este Halloween del truco o trato o   estas Navidades del Santa y el Grinch son solo la punta del iceberg. Un iceberg de renuncia. Hemos renunciado a nuestra identidad, hemos vendido la casa de nuestros padres. Hemos dejado que mayo del 68 triunfase , pero no como una revolución obrera, sino como el rodillo del liberalismo cultural y la progredumbre, instrumentos útiles al servicio de la plutocracia que domina el planeta.



El hombre moderno es el hombre-masa de Ortega, sí. Pero es un nuevo esclavo en un mundo feliz Huxleyano, un esclavo que ignora que lo es. Habitante de una megalópolis, ajeno a quienes fuimos e indiferente a sus propias raíces. Y quien pierde sus raíces, pierde su identidad. Y quien pierde su identidad está más cerca de ser el borrego ideal del rebaño postmoderno. Pero un rebaño con mascarilla, por supuesto.




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