miércoles, 5 de octubre de 2016

Avispas de octubre





“Una avispa no detendrá a una locomotora, pero puede llenar de picaduras al maquinista” (viejo proverbio chino-tibetano de la RENFE)

Curioso a veces resulta el comportamiento animal. Instructivo, siempre. Los insectos voladores, particularmente moscas y avispas, al llegar el otoño y aproximarse el fin de su imperio manifiestan una conducta errática, colándose en las madrigueras humanas más de lo habitual,  más persistentes, más suicidas. Llevo observando hace años ese fenómeno, avispas como ebrias, describiendo caprichosos vuelos, quizá intuyendo que su fin se acerca con los fríos otoñales.

Tal vez todos seamos un poco como esas avispas de septiembre y octubre, volando sin saber hacia dónde, cazando cuando podemos, picando a quien consideramos un peligro. Perdidas y sin saber qué nos deparará lo que queda de vida.


“No sabemos lo que queremos, pero eso sí, con todas nuestras fuerzas rezaba el lema de la “revista” que editábamos los alegres chavales del COU-1. Como suelo constatar frecuentemente, puede que no hayamos encontrado la Verdad con mayúsculas aún, puede que nuestra vida sea una constante búsqueda, puede que no sepa, con más de medio siglo a mis espaldas, hacia donde encamino mis patas.

Pero tengo cada día más claro lo que no quiero, ni para mi ni para mi prójimo. Como no soy Schopenhauer, ni Nietzsche siquiera, no tengo excesiva fé en que mi voluntad individual pueda hacer gran cosa para cambiar la podredumbre que nos asfixia. Quizás sólo me quede el sano pataleo. Sólo o en compañía de otros disidentes de este Mundo feliz. Y aunque no soy ningún santo, ni de lejos, sólo me queda encomendarme a Dios para que me dé fuerzas e ilumine este vuelo de avispón de mediana edad y cascarrabias.

5 de octubre otra vez. Nací en un lluvioso otoño, pero cumplo años en un verano eterno, un primaveroño cálido e insidioso. Quién sabe, quizá haya un cambio climático y las avispas prolonguen su tambaleante ruta hasta los fríos invernales, si es que estos llegan alguna vez. Avispas de otoño. Vespas en italiano. Vespas de otoño, las de los Purple Weekend leoneses, las oscuras mod-londrinas que ya no volverán



Suena la Rapsodia Bohemia en la lista de Spotify, y Freddie Mercury entona eso de



“Mama, I don´t wanna die, but sometimos wish I´d never been born at all (…) Oh mama mia, mama mia, mama mia let me go; Beelzebub has a devil put aside for me (…) “




La verdad es que mi demonio de guardia no se ha esmerado mucho. Alguna tentación de hermosas formas pero débil actuación. Quizá porque sabe que no es necesario. Basta con hacerme perder la Esperanza. Y la Fé. Y hasta el café. Pues no;  ya que soy un cabezota y me crece el llevar la contraria, pienso resistirme. No pienso tirar la toalla fácilmente, ni el pañuelo siquiera.)  /



En fin, disgresiones musicales aparte, odio cada vez con más fuerza esta meteorología postmoderna e ipod-moderna. Este calor de verano en octubre, este verano de muerte. Este otoño de mierda.

No me extraña en absoluto que las cigüeñas no emigren, los árboles no pierdan sus hojas y las avispas vaguen perdidas, como ánimas en pena de una Santa Compaña de himenópteros solitarios.  Pena es lo que siente sin fondo mi corazón este 5 de octubre. Pena y desconsuelo. Como león de esa manada del Namib que perdió hace poco a la matriarca del clan, una vieja leona que enseñó a cazar a su prole. Como esos “5 mosqueteros” del documental de Nat Geo Wild vagando huérfanos por el desierto. Somos leones adultos y hemos de cazar los antílopes y jirafas por nuestros propios medios. Hasta que las implacables arenas de este Namib mesetario nos engullan a nosotros también y sólo seamos polvo y huesos. De león, pero huesos.



Por lo pronto, más que león soy avispa de octubre, perdido en una ciudad sin sentido y sin alma. Pero aún puedo morir picando al maquinista.








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