“Aprecias
la luz del día cuando ya la noche ha caido. A un amigo cuando ha
muerto, a la espada cuando la has blandido y a la cerveza cuando la
has bebido” (adagio vikingo)
Nos
han robado el invierno, nos han robado el otoño. Los cielos grises,
el olor a carbonilla, mañanas de neblina, frío en los huesos,
lluvia, vida. Las esporádicas nevadas, las tardes melancólicas, el
calor del hogar.
Durante
los últimos años el otoño ha sido veroño, el invierno invieroño,
extraña
primavera
de bochorno y luz
eterna. Ya ni
las flores ni las cigüeñas nos abandonan, ni las miasmas de la
polución. Ya no se van los pastores a la Extremadura, ya no queda la
sierra triste y oscura. Todo es sol, soleados días de Navidad,
caluroso febrero, implacable sol sobre la llanura castellana
“polvo, sudor
y hierro; el Cid cabalga.”
Hay
quien dice que la culpa es del cambio climático, del calentamiento global,
de la falta de árboles en las carreteras, de los yankis o de los
coches diesel. Para otros son los “chemtrails” , esas estelas que
surcan nuestros cielo (para unos mero vapor de agua, para otros un
experimento de la geoingeniería buscando controlar el clima o algo
mucho mas siniestro con lo que fumigan a estas cucarachas humanas).
Como dice un amigo mío en el caralibro: “ De
repente desapareció el frío, las nubes, la lluvia... todos los días
estelas y el cielo blanquecino -grisáceo y sin nubes naturales.
Malestar constante, cambios de temperatura sin sentido...
“ Solo sé que cada otoño con estelas y
cielos blanquecinos empeora mi salud respiratoria. Como aquel
invierno de tos enfermiza que me provocó hasta un
síncope.¿Casualidad o causalidad? Cielos de fuego, tos eterna. El
otoño del 2018 volvió la niebla, volvió el frío en las orejas,
volvió la infancia y adolescencia. Pero fue un espejismo. En
febrero volvió el purgatorio.
Siempre
me gustó la primavera. Y el invierno, y el otoño y hasta acabé reconciliándome con el
insufrible verano mesetario. Pero sin invierno no se entiende la
primavera. No existe bien sin mal, ni noche sin día. Si todos somos
iguales no, clones, qué gracia tiene la vida. La belleza de la
primavera es complementaria al silencio del invierno, a los cielos
grises, brumosos, del otoño de siempre. Al calor de la manta y el
sofá viendo “qué bello es vivir” una tarde/noche de invierno
Lo
mejor de los días de trabajo, lo mejor de los años de estudiante
era el viernes, la salida, el recreo, el reposo del guerrero. La
eterna vacación es la muerte. Y de eso los que hemos sufrido el paro
de larga duración sabemos.
Me
gustaba vivir en un país de secos frígidos inviernos, lluviosos
otoños y primaveras de exhuberantes excesos. Ese país ya no
existe. Y ni a los Riveras, Sánchez, Abascales o Pablemos les
importa ni les interesa.
Nos
han robado la melancolía de las tardes, el gris del tiempo. Todo es
soleado, todo es secano. De haber querido vivir en el desierto me
habría ido a Túnez, Murcia o Almería. Donde no conocen el “bajo
cero” ni el concierto de las hojas cayendo ni los campos cubiertos
por el hielo. Nos han robado el otoño, nos han robado el invierno.
El
nuevo orden no quiere invierno. Nada de desigualdades: todas las
estaciones, una. Una estación, una religión, una afición. Lo
llaman igualdad pero su igualdad es homogeneidad. Un mundo feliz y
uniforme, de clones, de esclavos que nacen, son adoctrinados,
consumen y mueren a mayor gloria del Capital.
Todo
es cambio, nos dicen.
Pero
sólo perdimos lo bueno: el baile de las estaciones, la lluvia, el
frío, el rocanrol , las viejas vías del ferrocarril convencional,
los obreros que pescaban en los ríos. Los cangrejos españoles, los
manantiales potables, las casas bajas, las tardes con los amigos, las
ovejas en los campos, los programas televisivos infantiles , los
sabores verdaderos.
Lo
que de niño odiaba
permanece, como el fútbol, la estupidez del
rebaño los cantantes
prefabricados, las modas , las
izquierdas y derechas de 1789, el odio entre personas, las taxonomías
y los “hooligans” de siempre y otr@s
nueves, los mismos demonios con otras apariencias.
Los
urbanitas madrilerdos han dado la espalda al campo, al ciclo de las
cosechas , de los días de lluvia y los días de implacable sol. Qué
más les da esta pseudoprimavera de árboles pelados y noches frías
como el alma del usurero.
“Qué
tiempo más bueno, más terracitas para tragar más humos tóxicos”.
Qué mas da, mientras tengáis vuestro I-phone, vuestro coche y
vuestro soma dominical de carrusel deportivo.
Mientras
vuestros amigos y familiares mueren casualmente de cáncer y vuestras
familias se carcomen con la lepra de la degeneración postmoderna.
Qué más dan todas estas bobadas de cuatro carcas y conspiranoicos.
Puede
que un día no haya agua para todos. Puede que un dia descubráis que
vuestro Iphone no se come.
Hoy
me he enterado de que este otoño nos dejó otro amigo. Para él ya
no habrá baile de estaciones, ni eterna falsa primavera, ni cielos
surcados de estelas. Ni para él, ni la ceniza que son mis padres,
mis tíos, mi abuela, los que nos dejaron creyendo que tenía sentido
su lucha porque nosotros éramos su sentido.
El
pepinillo está agotado, deshidratado, secado por el fétido siroco
de este cielo sin sueño. No volverá a reir la primavera. No, hijo,
no. Las estaciones no ríen.
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