domingo, 3 de marzo de 2019

Nos robaron el Invierno


Aprecias la luz del día cuando ya la noche ha caido. A un amigo cuando ha muerto, a la espada cuando la has blandido y a la cerveza cuando la has bebido” (adagio vikingo)

Nos han robado el invierno, nos han robado el otoño. Los cielos grises, el olor a carbonilla, mañanas de neblina, frío en los huesos, lluvia, vida. Las esporádicas nevadas, las tardes melancólicas, el calor del hogar.

Durante los últimos años el otoño ha sido veroño, el invierno invieroño, extraña primavera de bochorno y luz eterna. Ya ni las flores ni las cigüeñas nos abandonan, ni las miasmas de la polución. Ya no se van los pastores a la Extremadura, ya no queda la sierra triste y oscura. Todo es sol, soleados días de Navidad, caluroso febrero, implacable sol sobre la llanura castellana polvosudor y hierro; el Cid cabalga.” 


Hay quien dice que la culpa es del cambio climático, del calentamiento global, de la falta de árboles en las carreteras, de los yankis o de los coches diesel. Para otros son los “chemtrails” , esas estelas que surcan nuestros cielo (para unos mero vapor de agua, para otros un experimento de la geoingeniería buscando controlar el clima o algo mucho mas siniestro con lo que fumigan a estas cucarachas humanas). Como dice un amigo mío en el caralibro: “ De repente desapareció el frío, las nubes, la lluvia... todos los días estelas y el cielo blanquecino -grisáceo y sin nubes naturales. Malestar constante, cambios de temperatura sin sentido... Solo sé que cada otoño con estelas y cielos blanquecinos empeora mi salud respiratoria. Como aquel invierno de tos enfermiza que me provocó hasta un síncope.¿Casualidad o causalidad? Cielos de fuego, tos eterna. El otoño del 2018 volvió la niebla, volvió el frío en las orejas, volvió la infancia y adolescencia. Pero fue un espejismo. En febrero volvió el purgatorio.

Siempre me gustó la primavera. Y el invierno, y el otoño y hasta acabé reconciliándome con el insufrible verano mesetario. Pero sin invierno no se entiende la primavera. No existe bien sin mal, ni noche sin día. Si todos somos iguales no, clones, qué gracia tiene la vida. La belleza de la primavera es complementaria al silencio del invierno, a los cielos grises, brumosos, del otoño de siempre. Al calor de la manta y el sofá viendo “qué bello es vivir” una tarde/noche de invierno

Lo mejor de los días de trabajo, lo mejor de los años de estudiante era el viernes, la salida, el recreo, el reposo del guerrero. La eterna vacación es la muerte. Y de eso los que hemos sufrido el paro de larga duración sabemos.

Me gustaba vivir en un país de secos frígidos inviernos, lluviosos otoños y primaveras de exhuberantes excesos. Ese país ya no existe. Y ni a los Riveras, Sánchez, Abascales o Pablemos les importa ni les interesa.

Nos han robado la melancolía de las tardes, el gris del tiempo. Todo es soleado, todo es secano. De haber querido vivir en el desierto me habría ido a Túnez, Murcia o Almería. Donde no conocen el “bajo cero” ni el concierto de las hojas cayendo ni los campos cubiertos por el hielo. Nos han robado el otoño, nos han robado el invierno.

El nuevo orden no quiere invierno. Nada de desigualdades: todas las estaciones, una. Una estación, una religión, una afición. Lo llaman igualdad pero su igualdad es homogeneidad. Un mundo feliz y uniforme, de clones, de esclavos que nacen, son adoctrinados, consumen y mueren a mayor gloria del Capital.

Todo es cambio, nos dicen.

Pero sólo perdimos lo bueno: el baile de las estaciones, la lluvia, el frío, el rocanrol , las viejas vías del ferrocarril convencional, los obreros que pescaban en los ríos. Los cangrejos españoles, los manantiales potables, las casas bajas, las tardes con los amigos, las ovejas en los campos, los programas televisivos infantiles , los sabores verdaderos.

Lo que de niño odiaba permanece, como el fútbol, la estupidez del rebaño los cantantes prefabricados, las modas , las izquierdas y derechas de 1789, el odio entre personas, las taxonomías y los “hooligans” de siempre y otr@s nueves, los mismos demonios con otras apariencias.

Los urbanitas madrilerdos han dado la espalda al campo, al ciclo de las cosechas , de los días de lluvia y los días de implacable sol. Qué más les da esta pseudoprimavera de árboles pelados y noches frías como el alma del usurero.

Qué tiempo más bueno, más terracitas para tragar más humos tóxicos”. Qué mas da, mientras tengáis vuestro I-phone, vuestro coche y vuestro soma dominical de carrusel deportivo.

Mientras vuestros amigos y familiares mueren casualmente de cáncer y vuestras familias se carcomen con la lepra de la degeneración postmoderna. Qué más dan todas estas bobadas de cuatro carcas y conspiranoicos.

Puede que un día no haya agua para todos. Puede que un dia descubráis que vuestro Iphone no se come.


Hoy me he enterado de que este otoño nos dejó otro amigo. Para él ya no habrá baile de estaciones, ni eterna falsa primavera, ni cielos surcados de estelas. Ni para él, ni la ceniza que son mis padres, mis tíos, mi abuela, los que nos dejaron creyendo que tenía sentido su lucha porque nosotros éramos su sentido.

El pepinillo está agotado, deshidratado, secado por el fétido siroco de este cielo sin sueño. No volverá a reir la primavera. No, hijo, no. Las estaciones no ríen.

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